“Yo no podría”.
No sé cuántas veces repetí esa frase cada vez que conocía a alguien que mantenía una relación no monógama. Se presentaba enredada como un ovillo de emociones antagónicas. Por un lado, el miedo, directamente conectado con mi moralidad y con todo lo que la sociedad me había impuesto a lo largo de mis 25 años. Pero, por otro lado, el impulso de lanzarme. Se trataba de otra parte de mí, ay, esa parte conectada con lo más intuitivo, con lo natural, con el sentir algo por alguien aun estando en pareja. Un día me dio por estirar de un hilo perdido, sumergido en ese pequeño ovillo, y me llevó a tomar una de las mejores decisiones de mi vida: ser poliamorosa.
¿Te has planteado alguna vez por qué actuamos como lo hacemos? ¿Por qué existe la monogamia? Yo sí, hace dos años. En ese momento, llevaba tres años con mi actual pareja, Alberto, y durante ese periodo me había fijado en otras personas. La sociedad me decía que eso estaba mal, que el resultado de esa ecuación siempre daba negativo. “Eso es que no le quieres”, se atrevían a decirme. Cuando el amor que siento hacia Alberto es como los decimales del número π. Infinitos.
De una relación monógama a una no monógama
Un día subíamos las escaleras de un centro comercial y le pregunté a Alberto qué pasaría si me acostaba con Carlos. “No pasaría nada”, me sonrió. Ese día, en ese instante, decidimos abrir nuestra relación.
Al principio no sabíamos si podríamos gestionar las emociones. Nos sentíamos más seguros acostándonos con otras personas sin que eso conllevara el establecimiento de lazos afectivos o amorosos. Por lo tanto, bautizamos nuestra relación como “una relación de no exclusividad sexual”.
Salimos del armario y les contamos a nuestros amigos y a ciertos familiares que teníamos una relación no monógama. La mayoría de ellos no lo aprobó. O, como dice mi madre, “lo respeto pero no lo comparto”.
No nos sentíamos identificados con la filosofía swinger -un modo de vida donde la actividad sexual es muy elevada y, en la mayoría de casos, se resume en tener relaciones sexuales con terceras personas y siempre con tu pareja presente- , así que empezamos a actuar por libre y nos descargamos Tinder. Y la locura se desató. Nos volvimos locos buscando matches por doquier, como si todo este tiempo de monogamia nos hubiese dejado sedientos de ‘vetetúasaberqué’.
La primera vez que me acosté con un chico no fue nada fácil y casi rompe nuestra relación. Empecé a sentir algo por ese chico y me engañé a mí misma y a Alberto. Al final, me di cuenta de que lo único que me atraía de él era su capacidad para hacerme daño. Aprendí a que la comunicación parcial o la sinceridad a medias es infidelidad. Pero, sobre todo, me di cuenta de mi atracción hacia personas tóxicas y maltratadores en potencia. Quizás por las vivencias de mi pasado, quizás por mi propia personalidad. La cuestión es que a raíz de esta discusión fui consciente de mi propia debilidad.
Abriéndonos al poliamor
Seis meses más tarde, Alberto se acostó con otra chica a la que conoció por Tinder y con la que estableció una relación muy especial. Así nos dimos cuenta de que no queríamos únicamente sexo sin sentido con terceras personas. Buscábamos conexión. De ese modo, abrimos la puerta, con muchísimo miedo, al poliamor.
Empezamos a sentir cosas hacia otras personas, pero explicándonos todo el rato nuestros sentimientos. Una vez a la semana, nos sentábamos con una copa de vino, y hablábamos sobre las otras relaciones. El encuentro sexual, las sensaciones que nos provocaba la otra persona o lo mucho que nos hacía sentir.
También tuvimos que cambiar nuestro contrato o, al menos, actualizarlo. El contrato es algo extendido en el mundo del poliamor y muy recomendado en libros como Opening Up, de Tristan Taormino.
El contrato debe recogerse los puntos más importantes de la relación y debe dar respuestas a: quién (con qué personas podemos mantener relaciones y con quiénes no), cómo (qué medidas de prevención de Enfermedades de Transmisión Sexual debemos utilizar), dónde (lugares que están permitidos y prohibidos), qué (tipo de relación que podemos tener con terceras personas y/o tipo de prácticas sexuales) o cuándo (días u horarios permitidos o prohibidos). Y, por supuesto, incluyendo nuestro derecho a veto, es decir, el poder pedirle a tu pareja principal que no se acueste con esa persona, exponiendo siempre los motivos.
En nuestro contrato, vetamos a aquellas personas que pongan en riesgo nuestra relación (a nivel de ETS, personas tóxicas, etc). Aceptamos todo tipo de relaciones sexuales (BDSM, Tantra, sexo oral y penetración) y también aquellas que sean afectivas y amorosas. En nuestro caso, no tenemos ningún lugar prohibido, lo que significa que podemos mantener relaciones con otras personas en nuestra propia cama (siempre y cuando cambiemos las sábanas, claro). Siempre utilizamos medidas de protección como el preservativo, únicamente durante la penetración. Con esto estamos respetando nuestro ‘acuerdo de fluidos’. ¿Qué es eso? El acuerdo de fluidos es un pacto entre un grupo limitado de personas de confianza con las que puedes mantener relaciones sexuales sin protección frente a las ETS (pero sí frente al embarazo). Por ejemplo, si se utiliza un método anticonceptivo como puede ser la píldora, entre ese grupo de personas se podría tener sexo sin preservativo, mientras que con terceras personas es obligatorio el uso del condón. Aunque, como todo, el contrato puede variar y ampliarse en caso de que entre una persona a nuestra relación y mantengamos una tríada.
Y, finalmente, el cuándo es, para mí, la parte más difícil. El amor es algo infinito, pero el tiempo no. Es por eso que debes tener presente quién es tu prioridad o con quién te apetece pasar más tiempo. Actualmente, por ejemplo, Alberto dedica más tiempo a otras personas y queda con su segunda relación, al menos, una vez a la semana. Eso significa que pueden irse a comer, a tomar un café, a pasar una noche juntos o, incluso, de viaje. Y sí, conozco personalmente a su otra relación y siento muchísimo cariño por ella, más del que sentía antes, cuando era únicamente una amistad (al uso) de Alberto. Ella está haciendo feliz a una de las personas más importantes en mi vida y eso es algo inefable.
¡Ah! Casi se me olvida una de las partes más importantes. Dentro del poliamor es vital el consenso y que todas las personas implicadas se encuentren al corriente de la situación. Imagina que conozco a una chica y me interesa llegar más lejos. Siempre debo informar sobre mi relación. Si esa persona no está de acuerdo, no debo seguir conociéndola, por una cuestión de principios. Al mismo tiempo, por supuesto, informo a Alberto sobre lo que siento, mis intenciones y quién es la otra persona.
Un ejercicio de gestión emocional
Pero aun con todo, la gestión emocional seguía siendo una de los obstáculos más difíciles de superar. Cada vez que Alberto estaba en una cita con otra chica, sentía celos. Y cuando yo quedaba con una chica o un chico, Alberto sentía lo mismo.
Al año de tener una relación no monógama, mientras Alberto estaba en una cita, me puse a escribir todo lo que sentía. “Rabia, miedo, competitividad”. Y, ¿te acuerdas del ovillo de emociones arriba descrito? Tenía un hilo. Y empecé a tirar de él hasta llegar a traumas arraigados en lo más profundo de mi ser. Una relación de maltrato, una situación familiar extraña. Ahí estaba todo.
Trabajé con esas inseguridades propias –o como la sociedad insiste en llamarlo, los celos- y eso me convirtió en lo que soy ahora: una persona que tiene una gestión emocional por encima de la media.
Sé por qué me siento como me siento y qué hacer para dejar de sentirme así. Eso, querido lector, es un privilegio. No es que los poliamorosos seamos robots sin sentimientos ni inseguridades, es que trabajamos diariamente con nuestras emociones.
No te voy a mentir: no ha sido fácil. Nunca lo es. Tras año y medio de relación poliamorosa todavía seguimos cometiendo errores. “La resaca de la monogamia”, dicen. Nos cuesta expresar lo que sentimos por otra persona o controlar las emociones cuando no pasamos por un buen momento. Sentimos miedo a contraer una ETS o a no tener una responsabilidad emocional con todas nuestras relaciones. Pero mi crecimiento personal y relacional, y mi capacidad de amar se ha incrementado exponencialmente.
Ahora siento algo llamado ‘compersión’: cuando te alegras por ver a tu pareja feliz con sus otras relaciones. Cuando el amor que él recibe llega hasta mí. Y yo lo transmito a otra mujer y esa otra mujer a otro hombre. De repente te das cuenta de que tu vida está liada como ese ovillo que me daba miedo deshilachar. Pero esta vez, es amor lo que se enreda.