El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva ha respondido este jueves con un desafío a su condena de nueve años y medio de cárcel: “Esta sentencia no me deja fuera de juego”. El icono de la izquierda brasileña no renuncia a ser candidato a las elecciones de 2018. La sentencia por corrupción —contra la que cabe recurso— contra Lula ha enredado aún más el ya de por sí embrollado panorama político brasileño, pero el exdirigente insiste en que es solo un obstáculo en el camino.
“Quien crea que este es el fin de Lula se va a llevar un chasco. Solo el pueblo tiene el poder de decretar mi fin”, ha dicho quien es ya el primer expresidente brasileño condenado por corrupción, por aceptar sobornos y lavar dinero. Este jueves, 24 horas después de conocerse la sentencia, ha hecho lo posible por recordar que sigue siendo el mismo: un icono de la izquierda brasileña, campechano y receloso de la autoridad. La víctima de un complot, según él, para evitar que vuelva a la presidencia de un país que solo ha ido a peor sin su ayuda. Ahora tendrá que recurrir la sentencia a una segunda instancia si quiere arañar una posibilidad de presentarse, como desea, a las elecciones generales del año que viene. Pero, recuerda, sigue siendo el favorito en las encuestas. El exmandatario ha llegado a reiterar las palabras mágicas: “Seré candidato a las elecciones de 2018”. Ante su declaración, la sala estalló en aplausos.
Lula ha intentado proyectar calma ante sus fieles, recordando que este contratiempo estaba dentro de lo esperado. “Yo ya imaginaba que este proceso iba a terminar así porque lo último que le importaba a las personas que me hicieron testificar era lo que yo tuviera que decirles”, ha lamentado. “Era imposible que los que prepararon el golpe contra Dilma [Rousseff, la expresidenta destituida en agosto de 2016] se fueran a quedar de brazos cruzados para que los mismos volvamos en 2018. Pero que sepan que sigo dentro del juego”.
No le falta razón en que, allí donde sus enemigos tienen el poder de las instituciones, él mantiene aún hoy un apoyo popular sorprendente. Cuando este miércoles se publicó la noticia de la condena al político más querido de Brasil, aún hoy un referente de la izquierda latinoamericana, el país se dividió prácticamente en dos. Se solaparon, en las calles y también en las redes, las muestras de apoyo y de repudia al que fue presidente en los años dorado del país, entre 2002 y 2010.
Mientras, los analistas de Brasilia intentaban predecir lo impredecible. La ausencia del expresidente allana el camino para el segundo en las encuestas: Jair Bolsonaro, un exmilitar conocido como el Trump brasileño por sus exabruptos machistas, sexistas y autoritarios. Este hombre, ahora un evangélico pero que ha pasado por cinco partidos en las últimas siete legislaturas, se ha convertido en el mayor furor político en redes sociales del año. La agrupación de Lula, el Partido de los Trabajadores, ha sido incapaz de encontrar a alguien que recoja el testigo del expresidente, al igual que casi todos los partidos tradicionales, los cuales están prácticamente fuera de juego en las encuestas. Sin Lula, Brasilia es el reino de un agitador y todos los que se quemaron intentando quitarle el puesto.